Os escribo desde mi casa, sentada a la mesa frente al ordenador y el ojo cubierto con esparadrapo, por lo que desde ya os confirmo que no necesito estar boca abajo y que no me han puesto gas, sino aire, que se disipará en poquitos días. Pero os cuento en detalle cómo ha ido.
Teníamos cita a las siete y media y nos hicieron pasar a la habitación enseguida, después de corregir el papel del consentimiento, que por las prisas lo había firmado donde ponía "revoco el consentimiento" en vez de donde debía darlo...
En la habitación, como siempre, quitar toda la ropa menos las braguitas y los zapatos y calcetines, y ponerse una bata azul dejándola abierta por delante para conectar los electrodos. A continuación, entraron cada diez minutos a ponerme gotas dilatadoras y finalmente para poner también la vía en la mano. Esta vez me molestó un poco más que la vez anterior, escocía un poquito, pero sin llegar a mayores.
Esperamos hasta las nueve o así, quizá un poco menos. Vinieron a buscarme con la silla de ruedas y me llevaron por los pasillos hasta el quirófano, que estaba ocupado en ese momento. Me indicaron que me tendiera en una cama en la antesala del quirófano, un pequeño cuarto en el que dos enfermeras muy amables me preguntaron cómo estaba y, al contestar que sí estaba un poquito nerviosa (no mucho, la verdad), me pusieron un sedante suave que me causó un picor muy molesto en la vía. Algo debió de notar la enfermera, porque se puso a mirar el cable y a examinar la vía y descubrió que se había roto. De inmediato, la sacó y me puso otra que fue mucho más cómoda (como la recordaba) y que no me produjo ninguna molestia a la hora de pasar el líquido por ella. El sedante me hizo revolotear un poco entre las nubes durante un momento, pero no tardé mucho en descender y pisar tierra firme de nuevo. :-)
Me explicaron que me pondrían anestesia local, que sería mucho mejor porque no tendría que esperar tanto para comer y beber y que no me sentaría tan mal como la general... que no me había sentado mal, pero bueno. Llegó entonces el temido momento en el que te anestesian pinchando el ojo con la aguja. Con deciros que ya ni me acuerdo, creo que os lo digo todo. No pinchan el ojo, sino debajo de él, y ni siquiera ves la aguja porque la acercan desde abajo. El pinchazo es casi imperceptible. No voy a decir totalmente imperceptible, pero de "temido momento" nada. Pasa sin más y casi ni te enteras, al menos en mi caso. Siendo ese el mayor de mis temores, en ese momento me tranquilicé bastante.
Pasamos al quirófano tras unos quince minutos de cháchara, y hacía un frío que pelaba. Al verme temblar me cubrieron con dos sábanas verdes y me dijeron que enseguida me pondrían la sábana estéril, que seguramente me haría pasar calor. La susodicha sábana no se hizo esperar mucho, ni el comienzo de la operación tampoco. El doctor tenía una voz suave, calmante, y me preguntaba de vez en cuando alguna cosita o me informaba de lo que iba a hacer. Me dijeron que a partir de ese momento no debía ni hablar ni moverme. Me pusieron la sábana que habían dicho y me cubrieron la cara con ella o quizá con otra aparte, no estoy segura. Era una funda con adhesivo por dentro para pegar en la cara (no con fuerza depilatoria, pero sí con suficiente sujeción para aguantar sin moverse) y una ventana para que el ojo izquierdo quedara visible. Si abría el otro podía ver la luz que se filtraba a través del tejido verde, pero lo mantuve cerrado casi todo el tiempo. Me dio miedo sofocarme, porque cuando a veces meto la cabeza debajo de las sábanas noto una leve sensación de ahogo (psicológica), pero allí no tuve ningún problema. Tal vez porque tenía problemas más graves que atender, jeje.
Empezó la operación. No me notaba sedada y me puse tensa. Cada pocos minutos, cuando percibía mis miembros agarrotados de la tensión, intentaba relajarme, pero antes de que me diera cuenta ya estaba tensa de nuevo, y vuelta a intentar relajar los músculos. Empecé a percibir que me tocaban el ojo. Comenté en voz alta que lo notaba. Dijeron que añadirían más anestesia. Al poco, volví a decir que seguía notando cosas. Con su tranquilizadora voz, el doctor me informó que no podían quitarme el sentido del tacto, con lo cual percibiría el instrumental enredando por mi ojo, pero añadió que no sentiría dolor. Así que durante toda la operación estuve notando cuándo entraba una aguja o cuándo salía. El dolor tampoco era nulo, dejaba como un residuo molesto y constante, un dolor sordo y muy suave durante toda la operación. El pinchacito que más noté fue uno que me sobrevino cuando me estaban aplicando el láser, y tampoco fue reseñable, aunque sí asustaba un poco, porque me daba por pensar si el siguiente dolería más y tendría que empezar a gritar que me durmieran. Nada de esto pasó, por suerte. En realidad, más que de dolor hablaría de sensaciones desagradables.
Ver también veía algo. Yo pensaba, por lo que habia leído, que la anestesia haría que todo lo viese negro, pero no. Percibía cuándo apagaban y encendían la luz, notaba diferentes cambios de luz según aplicaban el láser o el aspirador de silicona e incluso llegué a ver las agujas a contraluz. Obviamente, todo muy difuso, más que nada luces y sombras. La aguja no era más que una sombra que me tapaba la luz, y por eso la veía, supongo. Lo que mejor veía de todo eran las burbujitas de silicona, era como si estuviera viendo bacterias por un microscopio. Las veía bailar de un lado a otro, y las veía trazar divertidas espirales cuando activaban el aspirador.
Me operaron el doctor Paco Ramos y una chica joven, argentina, de voz también agradable y con ese acento inconfundible y cantarín. Ella fue quien empezó, bajo la supervisión de él. Él lo iba observando todo y le iba diciendo cómo debía proceder, le daba consejos, le explicaba lo que iba viendo y le ayudaba a interpretarlo. Se lo explicaba todo tan bien, que yo misma me iba enterando con lujo de detalles de lo que iba sucediendo, y ello me permitía interpretar las luces y sombras que iba percibiendo, así como los sonidos y sensaciones.
Primero fue aspirar el aceite. Debían de tener una pantallita en la que se iba viendo todo, y él le iba diciendo qué era cada cosa y cómo acercarse mejor al aceite para no dañar el ojo: "Entra directamente hacia el centro del globo, así evitarás rozar el cristalino". El hombre insistía mucho en esto, quería evitar a toda costa dañar el cristalino, cosa que le agradezco... "Esas burbujas de silicona las dejamos, que están muy cerca del cristalino", "ese trocito de vítreo no lo quitamos en su día porque está muy pegado a ese vaso sanguíneo y podríamos provocar una hemorragia", "esto de aspirar el aceite es como jugar con burbujas de jabón, es difícil cazarlas todas". Y lo cierto es que a ella le llevó largo rato perseguir y extraer buena parte de la silicona. Se ponía a aspirar unas cuantas burbujas y de pronto decía: "¡Uy, mira cuántas están apareciendo!", y entonces yo veía bonitas espirales de burbujas moverse hacia un centro imaginario. El doctor comentó varias veces que era casi imposible quitarlas todas y que al final los pacientes se acababan quejando de no recuerdo qué debido a los restos que quedaban. Le preguntaré mañana, que tengo la próxima revisión. Me causó una gran impresión oír explicar al doctor que el globo ocular se podía mover hacia allí o allá, según conviniera. En esos momentos me imaginé mi pobre ojito con forma de cacahuete siendo vapuleado y creo que fue uno de esos momentos en los que me puse tensa y apreté los dientes sin darme cuenta...
Después de toda esa persecución burbujil, el doctor tomó las riendas y aplicó él el láser. Una enfermera preguntaba: "¿Disparo?", y él: "Disparo". Y yo venga a ver luces y a notas ligerísimas molestias (salvo el pinchacito que comenté antes). Hizo un círculo de 360 grados con láser, por recomendación del otro doctor, Peris, que dijo que le había llamado esta mañana expresamente para recordárselo, pues sabía que me tocaba operarme hoy. En un momento dado le oí decir: "Mira, este es el pequeño montículo que encontró Peris". Se refería a mi "tienda de campaña". Espero que la dejara reparadita y bien. :-)
La última parte de la operación consistió en otra fase de persecución de burbujas, esta vez con el doctor Ramos a los mandos. "Ponme la aspiración a tope", dijo, y algo debió de ir mal, porque al rato alguien comentó: "Eso puede deberse a que está muy fuerte", y él: "Sí, bájalo un poco". Así que la persecución prosiguió sin tanta efusividad. Habían empezado a introducir líquido en el ojo, pero eso daba más problemas, por lo visto, y el doctor dijo: "Vamos a meter aire, así las burbujas bajarán hasta la retina y podré aspirarlas mejor". Así que sacaron el líquido y metieron aire, y en efecto el plan funcionó y pudo aspirar muchas burbujas más.
En cierto momento, el doctor me preguntó si estaba bien, y al contestar yo afirmativamente, dijo que cuando entraban dentro del ojo ya no dolía porque no había terminaciones nerviosas alli. Habría podido contradecirle ligeramente, pero preferí no contrariarle, que tenía mi ojo en sus manos... :D
Por fin, el doctor me dijo que iban a cerrar. Supongo que cosieron con algún tipo de maquinita, porque oí un zumbido y les oí cortar el hilo o lo que fuera con tijeritas. "No lo dejes tan largo, que si le roza la córnea luego le podría provocar..." No recuerdo bien qué, pero vamos, que hay que cortar el hilo cortito, cortito.
Y tras la sutura, me pusieron las vendas, el esparadrapo, y hala, a subirse a la silla de ruedas para volver a la habitación, donde mi madre y Emilio me esperaban. Un poquito antes de irme del quirófano el doctor me informó de que la operación había ido muy bien y que ahora todo dependía de mí y de mi retina. "¿Depende de mí?", dije. "¿Y qué puedo hacer?". "Ay, pobre", dijo una enfermera con voz compasiva. Me aclaró entonces el doctor que era mi retina quien tenía la última palabra, aunque yo he de intentar ayudarla evitando forzarla con excesivo movimiento.
Tardaron media hora en ofrecerme algo para comer. Entretanto, me quitaron la vía. La enfermera que la había colocado quedó perpleja al ver que se había movido de sitio. "¿Qué le pasó a la vía? ¿Se te cayó?". Le expliqué que habían dicho que estaba rota y me la habían cambiado. Puso una cara como de extrañeza, sacó la nueva vía y se fue sin más.
Al cabo de media hora, y tras haber ido al baño a orinar para ir echando fuera la anestesia, comí una natilla, dos tostaditas pequeñas con mermelada de fresa y dos galletas María, además de un vasito de zumo de melocotón. No me sentó nada mal, así que me dejaron irme enseguida con mil recomendaciones de estar tranquilita, no moverme mucho, no coger pesos, no agacharme, dejarme cuidar y guardar mucho reposo. Me dejan estar en cualquier postura salvo boca arriba, así que perfecto. Nos llevamos un susto porque el doctor nos dijo esto, pero al irnos, una enfermera nos dijo: "y para dormir, boca abajo". Y yo con cara de angustia: "¿Seguro? Es que el doctor dijo que podía estar en cualquier postura menos boca arriba...". La enfermera se fue a preguntar al doctor, y volvió con buenas noticias: sí, sólo debía evitar estar boca arriba. ¡Bien!
Y por eso me tenéis aquí, donde estoy quietecita y entretenida, erguida y sin estar boca arriba. :-) Hasta las diez de la noche o por ahí he tenido la parte superior izquierda de la cabeza totalmente dormida (tocarla era como tocar un pollo), pero ahora ya me ha despertado y me alegra decir que no noto molestias en el ojo. Algún pequeño pinchazo muy de vez en cuando y nada más. No obstante, tengo preparados los Nolotiles para la noche, por si acaso.
Me gustaría estar recuperada la semana que viene para poder viajar a Asturias con Emilio, que va al
Gamelab, pero no sé si podrá ser. Habrá que esperar a ver cómo transcurren los próximos días.
Próxima cita, mañana hacia las once. Tendréis noticias mías.