Mi ojo sigue igual o parecido, ahora está así:
Ayer tuve la revisión y me atendió la doctora Peña, que es una chica joven (la misma que me operó junto con el doctor Ramos), con acento argentino, muy agradable, pero mucho menos locuaz que el doctor Peris. A la mayoría de mis preguntas responde con cara de desconcierto o de circunstancias, supongo que porque el tema lo merece y poco más se puede añadir... pero echo de menos la elocuencia del doctor Peris, a pesar de su pesimismo.
Al llegar a la consulta, la doctora me preguntó qué tal y me hizo sentarme en una silla y de pronto me tapó el ojo izquierdo (el operado) y, sin quitarme las gafas, comprobó qué tal veía con el derecho. Como las gafas son nuevas, pues muy bien, claro. Luego me fue a graduar el izquierdo, a ver qué tal veía con las gafas. Yo no me podía creer que me fuera a preguntar si veía algo. Me daba la risa sólo de pensarlo.
Aquí cabe recordaros la historia de mis gafas nuevas. Como relaté en su día, yo tenía unas gafas prehistóricas con las que no veía gran cosa, pero como sólo las usaba para leer y para casi todo lo demás usaba lentillas, pues no me importaba y no tenía prisa por actualizarlas. De hecho, un día me dio el impulso de ir al oftalmólogo a graduarme para hacerme unas y me dijo que para qué me las iba a hacer, si con las lentillas estaba tan bien, que me dejara de gastar dinero en cosas inútiles. Así que no me las hice. Un día de pronto se me desprende la retina y ya no uso tanto las lentillas (o la lentilla, debería decir), así que me hago unas gafas nuevas. Pero resulta que, en vez de las ocho y pico dioptrías que tenía antes, por la silicona y complicaciones varias tengo sólo dos y pico. Así que me hago un cristal de dos y pico dioptrías, que ni de lejos se acerca a mi visión antes de la operación.
Así que allí me encontraba, con la doctora convencida ya (por mi ojo derecho) de que las gafas estaban actualizadas y que podía juzgar el estado de mi ojo (respecto a antes de la operación) basándose en ellas. Va y me pregunta para dónde mira la letra.
―Pero si no veo ni la pantalla...
Tremenda la cara sorpresa que puso la chica.
―¿Ves la letra?
―Qué va, no veo ni que hay una letra.
Ahora una cara de susto que parecía a punto de mandarme de cabeza al quirófano.
―¿Pero ves la luz al menos??
―Sí, sí ―la doctora respiró un poco―. Veo allí como una mancha amarilla...
―¿Y así? ―y me puso el chisme ese de agujeritos con el que nunca veo nada.
―Eeeeeehhhh, síiii... bueeeeeno, la veo un poco... Está hacia la derecha.
―¿Y ahora? ―y disminuyó la letra un par de puntos.
―Ahora nada. Sólo la luz amarilla... No, dos, veo dos luces, no sé cuántas habrá pero veo dos.
Me destapó el ojo derecho. Había una sola pantalla con letras, claro, no dos. Creo que la doctora no sabía qué pensar, se quedó un poco fuera de juego y a mí me empezó a dar la risa.
Me puso en el oftalmómetro (el aparato de siempre, en el que apoyas la barbilla y la frente) y se puso a examinar mi retina: mira abajo, arriba, a la derecha... A mí me seguía dando la risa y no podía parar. Le pedía perdón, me serenaba cinco segundos, y me daba la risa de nuevo. Cuanto más intentaba no reírme, peor, así que me limité a tratar de mantener los ojos abiertos pese a la risa. Al final ya escuchaba la risa de Emilio a la vez que la mía, y la doctora ya tampoco podía contenerse. Al terminar, me miró desde el otro lado del aparato:
―Te has levantado risueña hoy, ¿eh?
Más risas.
Ya más calmados, me miró la tensión ocular y descubrió que la tensión en el ojo izquierdo había subido por encima de 20, así que me recetó de nuevo el Timoftol. Me suspendió el Ciclopléjico, lo cual debería hacer que mi pupila volviera muy poco a poco a su tamaño original, y sigo con el Oftalar y el Tobradex.
La retina sigue en su sitio. Le pregunté si a estas alturas ya se habría generado fibrina en caso de tener el gen. Me respondió que sí, y que seguramente ya no sucedería. Le pregunté entonces qué riesgo había de que se me desprendiera de un día para otro y a qué podía deberse, si la retina ya estaba pegada en su sitio. Aquí sobrevino una de sus miradas de desconcierto y no supo qué decirme. Acabó diciendo que no podía preverse y que me limitara a llevar una vida tranquila, que no me tirara de cabeza a la piscina y cosas de esas.
La próxima revisión será dentro de tres semanas. A ver si mi retina aguanta hasta entonces.
Ayer tuve la revisión y me atendió la doctora Peña, que es una chica joven (la misma que me operó junto con el doctor Ramos), con acento argentino, muy agradable, pero mucho menos locuaz que el doctor Peris. A la mayoría de mis preguntas responde con cara de desconcierto o de circunstancias, supongo que porque el tema lo merece y poco más se puede añadir... pero echo de menos la elocuencia del doctor Peris, a pesar de su pesimismo.
Al llegar a la consulta, la doctora me preguntó qué tal y me hizo sentarme en una silla y de pronto me tapó el ojo izquierdo (el operado) y, sin quitarme las gafas, comprobó qué tal veía con el derecho. Como las gafas son nuevas, pues muy bien, claro. Luego me fue a graduar el izquierdo, a ver qué tal veía con las gafas. Yo no me podía creer que me fuera a preguntar si veía algo. Me daba la risa sólo de pensarlo.
Aquí cabe recordaros la historia de mis gafas nuevas. Como relaté en su día, yo tenía unas gafas prehistóricas con las que no veía gran cosa, pero como sólo las usaba para leer y para casi todo lo demás usaba lentillas, pues no me importaba y no tenía prisa por actualizarlas. De hecho, un día me dio el impulso de ir al oftalmólogo a graduarme para hacerme unas y me dijo que para qué me las iba a hacer, si con las lentillas estaba tan bien, que me dejara de gastar dinero en cosas inútiles. Así que no me las hice. Un día de pronto se me desprende la retina y ya no uso tanto las lentillas (o la lentilla, debería decir), así que me hago unas gafas nuevas. Pero resulta que, en vez de las ocho y pico dioptrías que tenía antes, por la silicona y complicaciones varias tengo sólo dos y pico. Así que me hago un cristal de dos y pico dioptrías, que ni de lejos se acerca a mi visión antes de la operación.
Así que allí me encontraba, con la doctora convencida ya (por mi ojo derecho) de que las gafas estaban actualizadas y que podía juzgar el estado de mi ojo (respecto a antes de la operación) basándose en ellas. Va y me pregunta para dónde mira la letra.
―Pero si no veo ni la pantalla...
Tremenda la cara sorpresa que puso la chica.
―¿Ves la letra?
―Qué va, no veo ni que hay una letra.
Ahora una cara de susto que parecía a punto de mandarme de cabeza al quirófano.
―¿Pero ves la luz al menos??
―Sí, sí ―la doctora respiró un poco―. Veo allí como una mancha amarilla...
―¿Y así? ―y me puso el chisme ese de agujeritos con el que nunca veo nada.
―Eeeeeehhhh, síiii... bueeeeeno, la veo un poco... Está hacia la derecha.
―¿Y ahora? ―y disminuyó la letra un par de puntos.
―Ahora nada. Sólo la luz amarilla... No, dos, veo dos luces, no sé cuántas habrá pero veo dos.
Me destapó el ojo derecho. Había una sola pantalla con letras, claro, no dos. Creo que la doctora no sabía qué pensar, se quedó un poco fuera de juego y a mí me empezó a dar la risa.
Me puso en el oftalmómetro (el aparato de siempre, en el que apoyas la barbilla y la frente) y se puso a examinar mi retina: mira abajo, arriba, a la derecha... A mí me seguía dando la risa y no podía parar. Le pedía perdón, me serenaba cinco segundos, y me daba la risa de nuevo. Cuanto más intentaba no reírme, peor, así que me limité a tratar de mantener los ojos abiertos pese a la risa. Al final ya escuchaba la risa de Emilio a la vez que la mía, y la doctora ya tampoco podía contenerse. Al terminar, me miró desde el otro lado del aparato:
―Te has levantado risueña hoy, ¿eh?
Más risas.
Ya más calmados, me miró la tensión ocular y descubrió que la tensión en el ojo izquierdo había subido por encima de 20, así que me recetó de nuevo el Timoftol. Me suspendió el Ciclopléjico, lo cual debería hacer que mi pupila volviera muy poco a poco a su tamaño original, y sigo con el Oftalar y el Tobradex.
La retina sigue en su sitio. Le pregunté si a estas alturas ya se habría generado fibrina en caso de tener el gen. Me respondió que sí, y que seguramente ya no sucedería. Le pregunté entonces qué riesgo había de que se me desprendiera de un día para otro y a qué podía deberse, si la retina ya estaba pegada en su sitio. Aquí sobrevino una de sus miradas de desconcierto y no supo qué decirme. Acabó diciendo que no podía preverse y que me limitara a llevar una vida tranquila, que no me tirara de cabeza a la piscina y cosas de esas.
La próxima revisión será dentro de tres semanas. A ver si mi retina aguanta hasta entonces.